El investigador Jamshid Tehrani, Universidad de Durham (Reino Unido), utilizó las bases de la filogenia para analizar la evolución de los cuentos populares. Hasta ahora no era fácil demostrar si esta clase de cuentos comparten un idéntico origen, si las distintas versiones que existen son el mismo relato o si han surgido de la combinación de varias historias.
Para Tehrani, los cuentos populares son como las especies biológicas, ya que evolucionaron gradualmente de generación en generación, y se adaptaron a nuevos ambientes y costumbres, en su larga vida narrativa, según se fueron transmitiendo de un lugar a otro, de una región a otra.
Desde hace más de 27.000 años, desde la época de las primeras pinturas rupestres, contar historias ha sido uno de nuestros métodos más elementales de comunicación. Es un método muy simple, que está en nuestro ADN cultural: las historias nos atraen y nos entretienen a la vez. Sin embargo, la narración puede hacer muchas más cosas.
En una entrevista, por ejemplo, unas palabras de Jostein Gaarder llamaron mi atención. Decía: "Lo importante es que se sigan contando historias. El cerebro humano está hecho para historias más que para enciclopedias o información digital". En ese sentido, hoy se sabe, por ejemplo, que ya a los dos años el 70 por ciento de los niños emplea algún recurso de convención literaria cuando explican una historia: fórmulas de inicio y conclusión, el imperfecto como forma verbal, las relaciones causa-efecto durante las secuencias narrativas.
Además, esos estudios también establecen que la adquisición del esquema narrativo se produce en los cuatro o cinco primeros años de vida. Así, los investigadores Stein y Trabasso explicaron que cuando los cuentos están bien organizados y estructurados, los niños, a esas edades, son capaces de:
- Recordar el orden exacto de los acontecimientos.
- Inferir las intenciones y los estados internos de los personajes.
- Diferenciar las causas de las consecuencias.
- Detectar las inconsistencias en la información.
De hecho, la importancia de las historias es evidente. Si escuchamos una presentación de PowerPoint con viñetas e imágenes aburridas, una cierta parte del cerebro se activa. En general, impacta en las zonas de procesamiento del lenguaje de nuestro cerebro, en las que se decodifican las palabras para comprender su significado. Pero eso es todo, no suele ocurrir nada más.
Cuando se nos dice una historia, las cosas cambian drásticamente . No sólo son las partes de procesamiento del lenguaje de nuestro cerebro las que se activan, sino también cualquier otra zona en la que se experimenten los hechos y los acontecimientos de esa historia. Así , si alguien cuenta de cómo ciertos alimentos eran deliciosos, nuestra corteza sensorial se ilumina. Si se trata de alguna clase de movimiento, nuestra corteza motora se activa, etc. Porque una historia es capaz de poner todo nuestro cerebro a trabajar.
Por último, de otros estudios, los de Nicole Speer, se deduce también que nuestros cerebros están diseñados par procesar el mundo que nos rodea como si fuera una historia. Ellas, las historias, pueden servir como poderosas herramientas de organización para la integración de nuestras redes neuronales. Si están bien contadas, con los conflictos y las resoluciones, con los pensamientos y las emociones, las historias ayudan en el desarrollo del cerebro y facilitan la relación entre las personas.
(Referencias: algunos fragmentos y algunas imágenes del post The Science of Storytelling: Why Telling a Story is the Most Powerful Way to Activate Our Brains, publicado en Lifehacker.)